Eran las tres de la mañana y no podía conciliar el sueño, tras la lluvia de la tarde el ambiente estaba húmedo y la sensación de bochorno era general, los ruidos que llegaban de la sala tenían una cadencia constante. Pensé en primer lugar que sería la dilatación de la madera de los muebles. Que producía crujidos y demás.
La verdad no quería levantarme, mi día fue intenso y estaba tan cansado que no podía pegar los ojos. Así que me esforzaba mentalmente por encontrar una justificación que explicase los ruidos para no darles importancia. En casa todos dormían plácidamente y preferí no prender la luz a riesgo de tropezar con algo y hacer un escándalo que pudiera levantarlos de mala manera. De pronto los ruidos se trasladaron al techo de mi habitación, era si como muchas canicas rodaran en tropel por el tercer piso, me levanté de golpe.
Pensé: Alguien está en casa de seguro entró por el techo y debe haber derribado la lata de galletas que está llena de bolitas de cristal de José, con las que estuvo jugando ayer tarde en el suelo. Cogí de inmediato la espada de bambú que usaba para practicar kendo y avancé con sigilo en medio de la oscuridad. Me asomé a cada habitación para ver que todos estuvieran bien. Dormían a pierna suelta.
No le avisé a nadie para no crear un bullicio que hiciera huir al intruso, comencé a subir por la escalera al tercer piso. Allí había más luz. Una corriente de aire gélido me estremeció. De mi boca fluía vapor como si fuera el más frio de los inviernos (En pleno Enero) una sensación de aletargamiento me envolvió. Mi mandíbula estaba dura, pesada y mis brazos parecían de plomo.
Todas las ventanas estaban cerradas. No me explicaba la sensación de frialdad, no había canicas en el piso. De pronto al voltear vi una silueta que se dibujaba en el umbral de la puerta, era una adolescente que miraba hacia abajo.
Yo le increpé con una voz firme:
¿Quién eres tú y que haces acá?
Por única respuesta solo obtuve un ruido gutural y un movimiento inusitado a una velocidad irreproducible, lo terrible fue contemplar su rostro, su cara opaca y cuarteada, mostraba las cuencas de los ojos vacías y con una oscuridad inquietante; Su aliento gélido me paralizó y literalmente paso a través de mi cuerpo dejándome en un estado general de desasosiego.
Me tomó algún tiempo reponerme, baje temblando y agotado, el reloj marcaba las 4 y 57 am.
Sin saber como, el tiempo voló en esos segundos.
Era mi primer encuentro con “El Fantasma de la Doncella de la Casa Azul”.
Atentamente Dr. Félix Rivera Torres Director de Contacto Esotérico www.contactoesoterico.com
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